Definitivamente no.
Volver podía ser una de las mayores gilipolleces que podía hacer.
¿Qué pintaría yo otra vez en Cáceres?
¿Qué pretendía decir si volvía?:
-Ey, mira… que estaba yo en Nueva York en una casa tan lujosa como las que salen en las revistas como el hola (o incluso varias veces mejor), he visto que vivía allí dentro uno de los chicos más guapos que he visto en mi vida, que encima es rico y famoso… Tenía allí una oferta de trabajo en uno de los hoteles más lujosos de la zona y he pensado que vuelvo con Alberto porque me siendo indignada con una mujer que me ha dado la oportunidad de mi vida porque a mí me acaba de dar una rabieta y llevo un día de mierda… Es por eso que volví a Cáceres.
¿Qué estamos tontos o qué?
Volví a la realidad y a aquella conversación que manejaría mi destino durante un tiempo.
-Clara… Creo que en realidad tengo un día tan bueno como malo… Y…
-Antes de que digas nada, Carmen, deja de pensar tonterías y quédate allí. - me iterrumpió.- Por lo menos espera a tener un buen motivo para irte. Si no quieres ver a David pues no le veas. Reconozco que debería de haberte dicho algo más, pero lo que ahora mismo pienso es que estás cansadísima y que no sabes muy bien lo que estás diciendo. Mi hijo no va a molestarte para nada si es lo que quieres. En cuanto tú me digas yo le digo que se vaya.
-Tienes razón. No pienso volver a casa y menos por tu hijo.
-Si lo piensas Carmen, yo no te mentí en ningún momento. Tú cuando fuiste allí, ya sabías que mi hijo se llamaba David, por lo que sabías el nombre. También recuerdo haberte dicho que la casa era lo suficientemente grande cómo para no tener que coincidir. Fuiste tú la que tampoco se fijó en los detalles…-dijo para quitarle tierra al asunto.
-Si lo piensas de ese modo…-dije no muy convencida.
-Mira ahora descansa, come algo, relájate y ya mañana me dices qué te parece todo aquello, ¿Vale?
-Está bien. Muchas gracias por todo Clara.
-No hace falta que me las des. Acuérdate de llamarme, ¿vale?. Cuídate.
-Igualmente. Adiós.
Colgué.
Allí estaba yo.
Tumbada en aquellas sábanas de seda blanca.
Aquel colchón que era como estar tumbado en una nube.
Aquella sensación de paz que me decía que no tenía nada que hacer.
No más preocupaciones.
No más compartir mis decisiones condicionadas por lo que piensen los demás ni los sentimientos de los demás.
Tenía la oportunidad de ser yo y solo pensar en mí.
Hoy no me sentía bien del todo físicamente, era evidente, pero algo de mí comenzaba a sentir algo parecido a la libertad.
Me levanté sin ninguna prisa y abrí mi maleta.
Coloqué lo poco que había traído.
Di una vuelta por mi habitación.
Tenía dos puertas más dentro de la habitación y abrí la que más cerca se encontraba allí.
Pero…
¡Qué es esto!
Era algo parecido a un cuarto de baño.
Parecido porque era lo más lujoso que había visto yo en un baño.
Tenía un jacuzzi, calienta toallas, ducha con hidromasaje, televisión, un váter con mil botones…
¡Las toallas tenían mi nombre bordado!
Los armarios estaban llenos de productos de belleza.
Las flores que tenía en aquellos jarrones de formas imposibles no las había visto en mi vida…
Tenía un sofá y todo.
Demasiado.
Era demasiado.
Aquel sitio se presentaba como un santuario ante mis ojos y mi cuerpo pedía una ducha a voces.
Eso hice.
Preparé el baño y eché al agua muchísimas burbujas.
No encendí nada.
Solo quería disfrutar del silencio.
Aquella bañera se amoldaba a mi cuerpo y sin darme cuenta caí en un profundo sueño.
Una imagen me despertó.
Alberto me daba el colgante de ámbar.
Abrí los ojos y allí estaba el colgante sobre mi pecho.
Entonces recordé que yo era la peor hija que se podía tener.
¿Cuándo pensaba llamar a mi familia?
Enseguida salí del agua y busqué el móvil lo más deprisa que pude.
Les dí a todos un toque y llamé a mi madre que había estado por mi culpa a punto de un ataque de nervios.
Le dije que todo estaba bien, que la casa era muy bonita y que el hijo de Clara muy simpático. Le
Si le hubiera dicho a mi madre lo que pasó en verdad, una de dos: o no me creería, o le hubiera dado algo cuando hubiéramos llegado a la parte en que me golpeaba David Mosley.
Recordé también que tenía que darle el toque a Alberto.
Era algo simbólico.
Esperaba que aquel toque fuera el punto y final a lo nuestro, pero la vida da muchas vueltas y nunca se sabe.
Lo hice.
Entonces mi barriga comenzó a sonar.
Tenía muchísima hambre.
No me quedaba otra que volver a aquella extraña realidad e ir a la habitación de David.
Me puse uno de los pijamas que había traído.
Era del monstruo de las galletas.
Era muy infantil, pero a mí me gustaba.
Mis zapatillas de estar por casa más de lo mismo.
Eran unas zapatillas converse de peluche.
Me hice una coleta y ahí estaba yo con mi look de estar por casa.
No podía estar con peores pintas de las que estaba ahora mismo o que con las que había llegado.
Me daba igual lo que pensara David.
Me dirijí a su habitación.
Por el camino se iban encendiendo las luces solas.
El pasillo era enorme.
Llegué a su puerta y de repente me invadió la vergüenza.
No tengo ni idea de cuanto tiempo estuve pensando si entrar o no entrar.
Si daba un golpe, dos, si me oiría, si le molestaba…
Me sentía idiota frente aquella puerta y lo que había detrás de ella.
Entonces la puerta se abrió sola.
O_o ???!!!
yupi yupi quiero massss. muxisimas gracias por escribir, la historia es genial
ResponderEliminarVuelve a escribir... bien, bien.
ResponderEliminarPero no vuelva a dejarme así... ¿que narices hay detrás de la puerta?
Siempre suyo
Un completo gilipollas